representa el encuentro entre dos músicas tan rabiosamente intuitivas como el
jazz y el flamenco. Cuando Carles Benavent se sentó por primera vez junto a
Paco de Lucía para tocar mano a mano la colombiana “Monasterio de Sal”, este
músico de Jazz, hijo del sonido layetano y compadre musical de Joan Albert
Amargós, no imaginó que durante años recorrería los mejores escenarios del
mundo inventando junto al maestro de Algeciras una forma nueva de interpretar
la música flamenca.
Carles Benavent (Barcelona 1954) es posiblemente el mejor bajista de la historia de este país, un creador excepcional y el inventor de un lenguaje y un sonido único e inconfundible. Como en tantas ocasiones, los inicios de este gran músico tienen ese aroma casual e ingenuo de las cosas que fluyen de forma natural: “comencé a los 13 años, en el colegio conocí al guitarrista Emili Baleriola y yo decidí tocar el bajo porque creía que era más fácil, pensé que era más fácil, tenía menos cuerdas, lo cogí por eso” (bajosybajistas.com).
Antes abrazar el flamenco de la mano de Paco de Lucia y de entrar en el corazón de los aficionados dejando su impronta en los discos de Camarón, este chico del Poble Sec, atraído por el blues y por Jimmy Hendrix formó parte de grupos como Crac, Máquina y Música Urbana, se interesó por el rock, el jazz y grabó con el sello Zeleste experimentando con las melodías españolas e investigando la música mediterránea en una época en que en la que según su palabras “en Barcelona había una gran emoción, pasaba algo. Había muchas ganas de hacer cosas. No había tantas cosas como ahora pero había mucha fuerza, mucho interés, la gente experimentaba, se hacían cosas nuevas, era una época muy creativa” (elgarajedefrank.com).
Su paso por Música Urbana, su atracción por los aires andalucistas y su trabajo al lado de músicos como Joan Albert Amargós, Jordi Bonell y Kiflus entre otros, fueron la antesala a su inmersión en el flamenco. Sobre la conexión entre este género y el Jazz, el barcelonés declaraba hace unos años: “Hay una base común, no sé si porque son músicas que vienen de pueblos oprimidos, pero tienen esa tristeza, esa profundidad… el flamenco, como el blues, es muy trágico. Y eso fue, precisamente, lo que me atrajo de esta música: la expresión, el ritmo, la vitalidad que tiene, la expresividad… Los acentos son exagerados, los zapatazos, los pellizcos…” (lavoz.cat)
RESEÑA
Cándido Querol – B!ritmos