Bajo este nombre, El Dorado Sociedad Flamenca Barcelonesa ha realizado, a lo largo del curso 2015.16, un ciclo de actividades con la intención de fijar la mirada en la obra que Enrique Morente dejó al mundo del flamenco.
Sabíamos de la dificultad de la tarea y como reto lo planteamos. No se trataba de un simple homenaje a su memoria, aunque sin duda también lo fue, sino una manera de esbozar la envergadura del don que había dejado, don en el sentido de donar, de dádiva, como así lo llamó Pedro G. Romero en la nota que publicó en el diario El País al día siguiente de la muerte de Enrique.
Porque el legado de Morente, si así se le quiere llamar, no es algo que se pueda encarpetar, ponerle unas tapas y encerrarlo en una vitrina para ser consultado cuando la ocasión lo requiera, es algo más, es un documento de cultura activo. No se trata sólo de sus discos o grabaciones de sus cantes, ni de los escritos suyos o los que sobre él han hecho otros, se trata principalmente de un modo de hacer, una manera de estar en el flamenco. Lo Morente es, ante todo, una herramienta poderosa para moverse en el universo flamenco.
Y así funciona, como una herramienta, porque ese es el uso que le dan sus compañeros y compañeras de profesión. Lo Morente no es algo que pasó y que queda en el recuerdo, sino que sigue pasando, está vivo porque así lo quieren quienes operan sobre él, lo utilizan y lo transforman en el devenir de lo que hacen.
Desde esa premisa se planteó el ciclo. Se trataba de visualizar un modo de hacer que perdura en el flamenco, como instrumento útil en el intercambio de saberes, de un arte que proviene de una cultura hablada y que mantiene vivas ciertas formas de comunicación basadas en el bis a bis. Si Morente buscó la cercanía de Matrona, Bernardo, Varea y otros compañeros con los que convivió en Zambra o visitó a Aurelio en Cádiz o a Cobito en Granada, tratando de averiguar las claves necesarias para moverse en el universo del flamenco, décadas después, siendo ya un referente, con la misma complicidad y generosidad que recibió, propició los contactos que en él buscaron Israel Galván, Arcángel, Poveda, Mayte Martín, Pedro G. Romero y un largo etcétera de profesionales del flamenco.
Por eso, era crucial en el desarrollo del ciclo que fueran ellos, sus compañeros y compañeras, quienes se manifestaran al respecto, explicando el uso de esa herramienta, unas veces hablando en coloquio o conferencias y otras de manera implícita a través de la música.
En Lo Morente han participado compañeros de su generación como Pepe Habichuela, Ortiz Nuevo, Balbino Gutiérrez, Paco Ibáñez, Luis Cabrera y Gerhard Steingress. También de la generación siguiente que compartieron con él proyectos y experiencias artísticas como fue el caso de Israel Galván, Alfredo Lagos, Pedro G. Romero, Segundo Falcón, Manolo Franco, Agustín El Bola, Arcángel, Gamboa, Ochando, Antonio Fernández y Fernando Rodríguez. Y, por último, jóvenes como sus hijos Kiki y Soleá y otros que, aunque no tuvieron tratos profesionales con él, le buscaron por otros medios porque lo sentían como referencia obligada en su quehacer flamenco, fue el caso de Elena Morales, Pedro Barragán, Mariola Membrives, Pedro el Granaíno y Antonio de Patrocinio. En definitiva, fueron ellos y ellas quienes sustanciaron y dieron cuerpo a Lo Morente.
Naturalmente el ciclo no agota el tema, tan solo fueron pinceladas en un lienzo abierto que sigue elaborándose. Algunas fueron significativas por el bagaje de lo que expresaron y todas ayudaron a entender la dimensión enorme y poliédrica de su figura.
Entrañable fue la conferencia de Ortiz Nuevo acerca del joven Morente. Joven como él cuando se conocieron en aquel Madrid de los “sesenta” lleno de expectativas porque todo estaba por hacer en un momento en el que con la muerte de Franco se divisaba la luz al final del túnel. Ortiz Nuevo, entre otras cosas, nos mostró, utilizando documentos explícitos, un retrato fresco del nacimiento y consolidación del cantaor, de aquel emigrante granaíno, inteligente y curioso que descubrió que el flamenco además de lo inmediato (un modo de procurarse el sustento) sería para él una fuente inagotable, un universo fértil que le acompañaría por siempre a lo largo de su vida. Documento fantástico fue escuchar la conversación de los dos amigos a principios de los ochentas donde Enrique le hablaba de Matrona, Bernardo el de los lobitos y Aurelio, tres fuentes donde bebió y tres amigos que habían nacido 55 años antes que él y que guardaban memoria de esa época gloriosa donde se fraguó el flamenco como arte universal.
También lo fue el coloquio de Pepe Habichuela con Gamboa, especial lo que contaron de aquel año de 1977 cuando Enrique echó la vista atrás y recuperó para la memoria histórica del flamenco la figura de Chacón, denostada entonces por el mairenismo, la ideología imperante de la época. En ese tiempo de entonces, sólo Morente tenía además de la voluntad, las condiciones necesarias para hacerlo y lo hizo, así que grabó con la guitarra de Pepe aquellos 20 temas que alumbraron El Homenaje a Don Antonio Chacón para dar fe de la dimensión histórica del personaje. Después de otear y corregir el relato del pasado, salieron del estudio de grabación y entraron en otro para mirar el futuro y fijar el trayecto de lo que vendría después. Así nació Despegando, obra seminal en el curso morentiano porque plasma en él hitos tan significativos como la seguiriya cantada encima de una nota sostenida, las alegrías que llamó de Enrique, los tangos Que me van aniquilando y esa soleá apolá que ha sido una referencia continua en su trayectoria cantaora: volver a hacerla para que sea distinta.
Israel Galván nos visitó para recordar a Morente en un corto pero espléndido concierto. Israel bailó con el único sonido de la voz de Kiki Morente los textos de José Bergamin, que en 2002 cantó Enrique para prologar cada una de las seis coreografías que dieron vida a Arena, la obra que Israel y Pedro G. Romero crearon acerca de lo taurino. Además del placer de ver bailar a Israel de la forma que lo hizo, en la sala se hizo evidente el gesto tan morentiano de traer a Barcelona una temática taurina, precisamente a una ciudad en la que una decisión política la ha privado del disfrute de las corridas de toros.
Otro episodio de alcance fue el atrevimiento de la joven Mariola Membrives que quiso participar en el ciclo con una formación de Jazz para dar réplica ni más ni menos que a Omega, la obra de Morente que, como dijo Steingress, abre la postmodernidad en el flamenco.
En otras sesiones se pudo calibrar en voces tan dispares como las de Segundo Falcón, Antonio Fernández o Pedro el Granaino, la dimensión de cantaor clásico que había en Morente mientras que, en las interpretaciones de Elena Morales y Fernando Rodríguez se percibió el vasto repertorio que logró al frecuentar la poesía de autor, su capacidad para meterla en la métrica flamenca y la dificultad que le imprimía a su cante al realizarlas.
Para terminar esta breve reseña de la Muestra y señalar su alcance, digamos que artistas de la talla de Pepe Habichuela, El Bola, Alfredo Lagos y Miguel Ochando ofrecieron, desde su dimensión de guitarristas solistas, sugerentes piezas donde las melodías de evocación morentiana señalaban la magnitud del cante y su capacidad de seducción en los artistas con los que trabajó.