El niño de la foto es Juan Carmona a la edad de 9 años. Así lo arreglaba su madre Luisa para que fuera a trabajar con su padre. Unas veces recorrían las zambras del camino del monte, otras iban al Hotel Alhambra y cuando no acababan en las tabernas de la zona, Tío José tocaba la guitarra como sabía y Juanito bailaba gracioso subido a una mesa para disfrute de la concurrencia. Luego pasaba el platillo y con las monedas que juntaban y otras que afanaba Tío José en otros menesteres, Tía Luisa iba al mercado al día siguiente. Era el modo de procurarse el sustento diario para ellos tres y cinco hermanos más pequeños que Juan.
Es la foto del niño yuntero que Miguel Hernández había dejado dicho unos pocos años antes en un poema soberbio, pero aquí no había drama en ello, era lo cotidiano, una forma de vivir, no había otra. En la foto al niño se le ve serio, con gesto de mayor quizás porque lo sentía como una obligación, no como un juego. Tampoco fue a la escuela, se hizo flamenco por ósmosis, casi sin saberlo ni pensarlo, como se respira sumergido en su ambiente. De esa manera creció Juan Carmona antes de llamarse Juan Habichuela.
Luego tuvo la suerte, como toda su generación, de vivir en plenitud la revalorización del flamenco como arte popular. A finales de los cincuenta los artistas salieron de los reservados para subirse a los escenarios, el mercado se amplió a niveles hasta entonces desconocidos y así además de los tablaos, con el dinero público florecieron los festivales de verano y con la llegada del vinilo se multiplicó la producción de las casas discográficas. Los tiempos cambiaron, el flamenco se hizo verbo y Juan Habichuela, como otros compañeros, encontró las condiciones necesarias para desarrollar el potencial artístico que atesoraban. Años después, Ortiz Nuevo los homenajeó con el espectáculo ‘Los hijos del hambre’, una obra escénica, imaginativa y espléndida que paseó por los pueblos andaluces para guardar memoria de donde habitaba el flamenco, además de Juan estaban en el elenco Beni de Cádiz, Naranjito de Triana, María Soleá, Pedro Peña, Manolo Marín, Luis Pastor y un largo etcétera.
En ese tiempo, Juan se convirtió en el tocaor de referencia. La guitarra flamenca, siguiendo la estela de Montoya y Sabicas e impulsada por la potencia abrumadora de Paco de Lucía, con todo merecimiento subió a los altares del concertismo para deleite del público universal. Juan se quedó abajo y desarrolló su carrera como guitarrista de acompañamiento al cante y en ese trance tuvo su esplendor y reconocimiento. Con un oído finísimo, un sentido del ritmo excepcional y esa sabiduría que le permitía adelantarse al cante antes de ser cantado, Juan se convirtió en el tocaor solicitado haciendo cantar bien al menos bueno y al bueno cantar mejor o para decirlo en palabras de Félix Grande:
“… Quizás no existe un cantaor flamenco que no cante mejor cuando Juan le acompaña. No solo le da los tonos, incluso se los anticipa, los conduce y los arropa, sino porque lo hace con una sabiduría, un pudor, una exactitud y una honradez tan incesante y trabados que el cantaor va comprendiendo y asumiendo, con la ayuda de Juan, la importancia de servir al flamenco…”
Es decir, Juan Habichuela fijó el modo de tocar para acompañar de su época.
……….
Ahora, partiendo de esa certeza, a poco menos de un año de su muerte, El Dorado Sociedad Flamenca Barcelonesa quiere rendir tributo a su memoria organizando un ciclo de actividades qué abarcará todo el trimestre, de abril a junio con la intención de fijar la mirada en lo que, como artista, ha dejado al patrimonio del flamenco.
No será tarea fácil porque las cosas no siempre son como aparecen y menos en el caso de Juan Habichuela, que todo lo envolvía en una modestia sincera, agradecida y a veces exagerada ya que él no se consideraba un guitarrista virtuoso sino simplemente un servidor del cantaor y así lo manifestaba siempre que tenía ocasión aunque todos sabíamos que la cosa no era así, era algo más que eso, mucho más , como se podía constatar en cada concierto en el que Juan participaba; al acabar la función, cuando el público agradecía a los intérpretes la emoción recibida, aunque Juan se alejaba de los focos huyendo del protagonismo, el aplauso lo perseguía sin remedio.
Pero eso, que es fruto de la emoción del momento, no es suficiente para calibrar la envergadura de su aporte al mundo del flamenco. Es necesario fijarlo con argumentos que provengan del estudio de ese legado, de hacer visible la huella que ha marcado su música en otros intérpretes, ese modo de tocar, como dice Norberto Torres, “ … rítmico y seguro en el marcaje del compás (que es la clave del flamenco) el oficio que tenía para elegir o componer las falsetas que le corresponden a cada cante y todo ello presidido por la elegancia de un sonido propio, singular y moderno. Un sonido que proviene de la tradición guitarrística de los arpegios de Granada “.
Como ya hicimos en Lo Morente, el Ciclo tratará de que sean sus compañeros de profesión quienes hablen del asunto, unos en formato de conferencia y otros de manera implícita a través de la música que consigan alumbrar en los conciertos. Será pues un trimestre monográfico formado por siete actividades que evocarán su figura.
(Ver programación en Agenda Abril-Junio 2017 en el recuadro superior del panel izquierdo)
Juan Habichuela y Fosforito – Alegrías
EL DORADO Sociedad Flamenca Barcelonesa